Obesos y… ¿felices?

El que avisa no traiciona: quizá en este post encuentres cosas que te generen incomodidad, te molesten o inclusive te parezcan insultantes.


Ésta noticia me llamó muchísimo la atención.

Más bien, me puso incómodo. Como en estado de alerta.

Antes de ir a mis pensamientos sobre este tema, un poco de mi historia: desde chiquito que sufro la obesidad. Desde los 6 años (tengo casi 38 ahora) que mi vida está contaminada por este tema que despierta tantas sensibilidades. He sufrido la discriminación en carne propia, la angustia, la tristeza, la desesperación, la frustración…

En estos últimos tiempos (los últimos 13 meses, para ser preciso), logré bajar 44 kilos. Pesaba 150 Kg, ahora peso 106 Kg. Mido 1.80 metros, y según me dicen mis médicos mi peso ideal debido a mi contextura física es de 95 Kg. Me quedan 11 Kg por bajar. En mi historia como gordo he probado 1000 dietas, he bajado y subido y he investigado muchísimo, intelectualizando el problema sin hacer nada al respecto.

¿Es fácil combatir la obesidad? No. ¿Es imposible? No. ¿Es difícil? Tampoco. Es trabajoso. Requiere compromiso, aceptación, esfuerzo y hacer caso, mucho caso, a los profesionales que me guían.

El mundo está tendiendo a la obesidad. Es innegable. Y la Argentina sigue esa tendencia. Es la primera vez en la historia de la humanidad que los gordos superan a los flacos. Así, dicho en criollo. Y, se quiera o no, la obesidad trae muchos, muchísimos problemas para la salud, la vida y la sociedad en sí.
Los costos de salud para una población obesa pueden llegar a ser enormes, sobre todo debido a que la obesidad como enfermedad no tiene una sola causa. Es imposible recetar una pastilla y santo remedio.
No todos los gordos son gordos porque comen de más, pero sí son la enorme mayoría.
Si hay problemas de tiroides, se puede compensar con la medicación adecuada.
¿Tema genético? Es controlable mediante la correcta alimentación.
¿Problema conductual? ¿Emocional? Existen terapias efectivas para tratar el tema.
¿Mezcla de todo? Hay centros terapéuticos y profesionales que se dedican con gran éxito a esto hace años.

La noticia que viene desde mi amada Mendoza me dejó perplejo. Si bien los ideales de belleza modernos han sido manipulados por los medios, la industria de la moda y textil, considero que es imprescindible no festejar la obesidad.
Una persona obesa no tiene nada que festejar de su condición. No conozco a un solo obeso feliz. Puede llevar una máscara, una coraza, una sonrisa y una alegría o euforia que confunde y que hace pensar en el clásico estereotipo del “gordo alegre”. Bueno, simplemente alegre no es feliz. Hay una eternidad de diferencia.
La alegría es efímera. Comienza con el primer bocado, termina cuando se acaba la comida. Comienza cuando llegan tus amigos a comer, termina cuando pasás frente a un espejo, cuando no podes controlarte, cuando por las noches llorás porque al otro día vas a volver a verte en ese espejo.
La alegría es efímera, como un chocolate.

La felicidad, en cambio, es duradera. Es un estado del ser, no una emoción.
La felicidad del obeso es tan efímera como su alegría.
Termina cuando va al cine y se tiene que sentar en las escaleras porque no entra en las butacas. Cuando tiene que comprar dos asientos para poder viajar en avión. Cuando tiene que hacer tareas en su casa y no puede porque agacharse le cuesta o subir una escalera porque se queda sin aliento a los 10 escalones.

Existe la sobreadaptación. Sí. Yo comencé a bailar tango con 150 Kg. Y bailaba bastante bien, tanto como para participar del Mundial de Tango y quedar en el puesto 89 de 500 participantes.
Pero la sobreadaptación no es capacidad ni talento. Es lograr mediante un esfuerzo enorme algo que con el peso correcto puede ser muchísimo más placentero, con mejores resultados en muchísimo menor tiempo.

Muchas veces es tremendamente difícil dejar de comer ciertos alimentos. Hay estudios que confirman que consumir alimentos altamente procesados genera adicción. Sobre todo la harina y el azúcar blanco. Hasta es posible comparar el efecto de estas substancias con lo que la cocaína genera en el cerebro.
Y la moderna industria alimentaria tiene mucha, muchísima culpa en la epidemia de obesidad mundial.

En sí, el obeso no tiene la culpa de ser obeso. Pero sí tiene la responsabilidad de hacer algo al respecto. Por su salud, por su bienestar emocional y la de sus seres amados, por la sociedad en la que vive.
Y la sociedad, a su turno, tiene como responsabilidad entender que la obesidad es una enfermedad multicausal, con muchísimas ramificaciones, que se debe tratar con firmeza, pero con amor, guía y compromiso.

Nos vemos en Twitter.

 
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